Desintoxicación
El
médico me prohibió leer. Cogió un bolígrafo y anotó algo sobre el cuaderno. Le
hubiese quitado el boli allí mismo. Apreté los puños por debajo de la mesa y
mentí: quiero dejarlo. De momento, no iban a internarme, pero debía olvidarme de
los libros. Si no lograba vencer la enfermedad tendrían que meterme en esa
clínica tan prestigiosa. Me hicieron pasar a una sala mientras el médico
hablaba con mis padres. Al llegar a casa, tiraron los libros que tenía
escondidos debajo de la cama y dieron mi nombre en las pocas librerías y
bibliotecas que quedaban abiertas para que me prohibiesen la entrada. Nunca me
dejaban solo. Les engañaba. Me encerraba en el baño y leía la composición de
los champús o les acompañaba al supermercado y me paraba en la sección de
congelados a repasar los ingredientes. Pero me sabía a poco. Empecé a robar. En
el metro miraba de reojo al viajero de al lado y me hacía con nombres y
adjetivos del periódico que estaba leyendo. Pillé un verbo transitivo de una
carta del banco que sustraje del buzón del vecino. Conseguí dos preposiciones
en un carnet de identidad y algunos adverbios, aunque terminados en mente, en
un folleto que me dieron en la calle. Cuando asalté una biblioteca, me
internaron. El día que entré en la clínica, vi salir al gran Manu Espada. Había
engordado y no llevaba ese pelo engominado que le caracterizaba. Tenía mejor
aspecto. En mi grupo de terapia, reconocí a Lola Sanabria y a Ana Vidal, entre
otros. Pronto descubrí el mercado negro. Al apagar las luces de las
habitaciones, nos reuníamos en los baños y traficábamos con palabras.
Cambiábamos adverbios por preposiciones y dábamos nuestra alma por encontrar a
quien tuviese el adjetivo perfecto. Por la noche componíamos microrrelatos, los
memorizábamos y al día siguiente, a la hora del paseo, lejos de los ojos de los
enfermeros que se distraían con la televisión, nos los recitábamos unos a
otros. Cuando salí, todos pensaban que me había curado.
Ernesto Ortega La toalla del boxeador
¡Plas!, ¡plas! Lo dejo.
ResponderEliminarIm-pre-sio-nan-te ¿y yo como no vi esta maravilla? Ernesto, me encanta!!!!
ResponderEliminarBesazos
Muy bueno, Ernesto. De verdad una maravilla, me has dejado con la boca abierta.
ResponderEliminarBesitos
¡BRILLANTE!
ResponderEliminarUn saludo
Es buenísimo. Enhorabuena.
ResponderEliminarEs alucinante, Ernesto, ya se lo comenté en vivo, realmente es importante llamarse Ernesto.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Qué maravilla! Y el cabo Hopkins, otra :-)
ResponderEliminarNo hablamos apenas, pero al menos pudimos saludarnos.
Un abrazo.