Sentado en la
cama, con los pies desnudos sobre la piel curtida de oveja que hace de
alfombra, Braulio «El Pastor» le contaba a su nieto que ahora se enranciaba
todo el día allí acostado pero que no dormía, que apenas era capaz de dar un
par de pestañeos.
—Cuando yo era un zagal de tu edad, pasaba las noches en la sierra al cuidado
de las ovejas en un duermevela hasta que salía la luna. Entonces, con el sonido
de los cencerros y el balar de los animales, como nanas de lana, dormía hasta
que Las Cabrillas iban altas.
El nieto, sentado a su vera, con los pies colgando, le escuchaba cabizbajo.
Luego observó el ventanuco que da a la huerta y sonrió.
A la noche, cuando Braulio recolectaba recuerdos, oye el sonido de una esquila
que mana por la ventana. Mira hacia el exterior y ve el lomo de una oveja
recortado a la luz de una falsa luna de queso.
—Jodío muchacho, ¡qué listo es! —dice, y al incorporarse en la cama siente en
los pies la fría pizarra del suelo.
Confieso que aún no había leído tu texto, pero que me encanta. Me declaro fan de este queso, es más, quiero uno, con relato, aunque sea sin queso.
ResponderEliminarUn abrazo
Ja ja, así que el queso era cosa tuya (debí suponerlo).
ResponderEliminarEres auténtico, Ximens. No cambies.
Besos de luna de oveja.